miércoles, 16 de marzo de 2016

Spotlight: La portada que todavía duele.

Thomas McCarthy hace un ejercicio libre que no cae en exhibicionismo, ni en la posición crítica extrema. Lo que a primera vista se alza como una de las mayores críticas a la iglesia en la gran pantalla estadounidense tampoco es tan directa como pudo haber sido. En un tema en el que la imparcialidad es prácticamente imposible, el director se posiciona en el lado realista, mostrando una historia con un guión lejos de efectismos y pomposidades, es claro, es directo (con recursos un pelín televisivos, eso sí) pero que enseña una realidad en la que no ataca directamente a la iglesia, si no a la necesidad social de seguir manteniéndola como un ente inaccesible e irreprochable. Es un ataque a base de realidad, de lo que sí sucedió. Quizás esa posición tan fría es la que le ha dado el óscar, la posición lejos del drama y próximo a lo incómodo. 

Mark Ruffalo, Mikel Keaton, Rachel McAdams y Liev Schrieber  completan el trabajo con bastante precisión en unas interpretaciones bastante completas. No es una gran película que vayamos a recordar siempre como la perfecta muestra del periodismo de investigación, no aspira a ser un clásico entre los clásicos, sino que como ya hizo en The Visitor (la película en la que McCarthy insiste en el drama migratorio) nos enseña una realidad ya avanzada en años, una realidad fría, aséptica que permanece sobre la huella de nuestra sociedad como lo hacen las fotografías de Guantánamo, o de los niños sirios en los campos de refugiados. Una realidad que permanece inmutable, pero que en la película se convierte en mero documento interpretado por actores.