lunes, 15 de mayo de 2017

The Final Girls.

A estas alturas de la historia considero que no debería estar escribiendo sobre esto, porque esto ya no debería ser un tema a debate, cuestionable, discutido y atacado. Debería ser ya una realidad social con la que todos y todas tendríamos que estar de acuerdo.  Hace unas horas, una mujer, como yo, me decía: “No me quiero comparar con gente que lo haya pasado mal, porque es que a todas las chicas que conozco le ha pasado, incluso a ti.” Es cierto, incluso a mí.  


Este mes, Caimán Cuadernos de Cine dedicaba su número 60 a las mujeres en el cine bajo el lema: “Ellas filman. Nosotros escribimos” y esto me viene al pelo para hablar de lo que quiero hablar hoy.
En la sección Gran Angular de dicha revista hacen un repaso de las mujeres directoras del siglo XXI nombrando en una lista a nada más y nada menos que a cincuenta mujeres que se dedican al complicado y masculinizado mundo del cine. En esta lista te puedes encontrar nombres como Rita Azevedo (A Vingança de Uma Mulher, 2012), Andrea Arnold (Fish Tank, 2009), Isa Campo (La Próxima Piel, 2016), Marina De Van (Dans ma peau, 2002), Jessica Hausner (Amour Fou, 2014) y por supuesto Lena Dunham creadora y protagonista de Girls y Sofia Coppola, directora de títulos centrados en el vacío, la soledad, el hedonismo y la frivolidad (para muestra tenemos dos grandes títulos: The Virgin Suicides del 1999 y Lost in Translation del 2003) Vaya, nada más y nada menos que cincuenta mujeres trabajando actualmente en la tarea de dirección cinematográfica, menudo lograzo.

Hay que poner atención a los porcentajes de académicos que Caimán muy amablemente nos facilita en este número. Sólo por poner ejemplos, daré datos (avalados por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España). En dirección, donde nos encontramos ese lograzo del que hablaba antes, podemos hablar de un porcentaje de 13’90% de mujeres mientras que de un 86’10% de hombres; por otro lado, el porcentaje de mujeres que se dedican a la animación es de 20’60% mientras que un 79’40% lo ocupan los hombres. Sólo en diseño de vestuario encontramos un porcentaje mayor de mujer con un 66’70% mientras que los hombres ocupan un 33’30%, pero la cifra se torna en desconsuelo en las áreas de dirección de fotografía y en la de efectos especiales con una ocupación del 100% masculina en ambos casos. ¿Creemos en las casualidades?

En el caso del cine español, lo que tenemos más cercano, se puede hablar de la reivindicación femenina de las españolas cineastas de este milenio. Algunas de ellas son Carla Simón, Roser Aguilar, Juana Macías, Mar Coll o Elena Trapé. Son mujeres que se muestran al margen de cualquier victimismo, que hacen un cine arraigado en las raíces, sin complejos y que defienden la rotura de todo tipo de clichés estando al margen de cualquier estereotipo. Son obras que se desenvuelven como liberación personal y que se posicionan en un angular nuevo, un lugar desde el que se reivindican como mujeres pero también como cineastas. Ejemplo de ello es Verano 1993 de Carla Simón un ejemplo de historia de adaptación y de vuelta a la infancia. No todas las cineastas experimentan con las mismas temáticas y  de hecho, nos encontramos con un importante conjunto de cineastas que experimentan con lo que podemos llamar “documental creativo”, es decir, el funcionamiento de los mecanismos de la representación de lo “real”. Esta relación con la realidad busca siempre una óptica crítica pero sin renunciar a la poética o al estilo personal. Ejemplo de esta representación de lo real, son creadoras como Mia de Ribot, Carla Subirrana, Ana Pérez o Leire Apellaniz.

Todo esto sirve para comprender que las mujeres realizan cine heterogéneo de diferentes géneros y estilos. Lo que parece que es tan obvio, no lo es tanto sino se dice.


Coral Cruz explica de una forma lógica la existencia del techo de cristal en la industria cinematográfica con unos argumentos muy interesantes. De hecho, habla de la necesidad de superar límites que no están sólo fuera, sino que socialmente han calado tanto, que las propias mujeres no tienen la seguridad suficiente en sí mismas como para pensar en “historias grandes” y pone como ejemplo Un Monstruo Viene a Verme y en la que no haya un motivo por el cual no podría estar firmada por una mujer, ya que la historia original de la propia película está firmada por una mano femenina. El caso, es que estas obras de cine “más comercial” y que a menudo suelen ser encargos, se asocian a una mentalidad masculina, sin ninguna otra explicación que la de ser en sí mismo un prejuicio y un estigma social. Coral Cruz afirma que esto no es sólo un problema de género (que también) sino un problema de pluralidad.

Hay que dejar claro de qué hablamos cuando hablamos de cine. El cine es un claro centro de poder, no sólo ideológico sino también económico y por norma general cuanto más nos acercamos al poder más nos acercamos a la masculinización del mismo. Y es que una realidad es que el estigma que se da en la industria del cine, no es más que un reflejo de lo que ocurre en el día a día de la sociedad contemporánea.

Tenía razón esa mujer, a todas nos ha pasado. En los recientes años nos encontramos ante actos deliberados de machismo patrocinados por la causa más simple y que más problemas sociales ha causado, el odio. Generalizar siempre me ha parecido un error y no caeré en la generalización por mucho que odie.

Como ya he dicho, la generalización es odio y odiar es un error. No señalaré con mi dedo acusador a gente que no merece ser señalada pero he de decir que recientemente me he hecho muy amiga, casi hermana, de un hombre que tiene una virtud difícil de encontrar, la de escuchar a quien le habla desde el conocimiento, y absorber lo que le dice para mejorar, me duele en el alma cuando somos víctimas del machismo. Tanto él como yo, que a priori parecemos ser tan sumamente diferentes, sufrimos machismo (en grados diferentes obviamente) y eso es porque el machismo está en el aire. Se respira, se mastica y se adhiere a la piel. Él no se había percatado hasta que nivel estaba a nuestro alrededor hasta que comenzó a vivirlo conmigo.

¿Qué hacer? Lo que hay que hacer básicamente es explicar la situación desde un punto de vista objetivo y señalar los errores que se están cometiendo. El hecho de que ser mujer dificulte una carrera, sea en el área que sea, nos perjudica  a todos. Ya no sólo porque es injusto, sino porque implica una pérdida de tanto de talento como de capitales y recursos humanos.

Lo que buscamos, es trabajo en equipo y que tanto hombres como mujeres rememos juntos hacia un camino en el que las mujeres participen activamente, ya no sólo en el mundo y terreno de lo audiovisual, sino en todos los ámbitos laborales.

Hagamos cine, escribamos y enseñemos que no odiamos, que sólo reclamamos el respeto que es nuestro.