martes, 10 de enero de 2017

HISTORIAS DE CARNE, SUDOR Y LÁGRIMAS: LO ABYECTO Y LO PROHIBIDO EN EL CINE


Lo abyecto, es cruel, es vil. Lo abyecto se opone, por definición, al yo. Recurro al francés para hablar del moi, del que nace del padre, de la père-versión, y lo hago tal y como hizo Julia Kristeva en un artículo para La Balsa de la Medusa (revista cuatrimestral que se suspendió por falta de recepción) en el que habla precisamente de esto, de la aproximación a la abyección.

Podemos hablar de abyección en los actos más banales de la vida, como en el sentimiento de aversión hacia los alimentos en descomposición, en la repulsión que sentimos hacia lo que fue y poco a poco deja de ser y que rechazamos en un acto de náusea. Pero desde luego, la forma “física” propia de lo abyecto es el cadáver, el cadáver es la muerte y por tanto, es la representación del que sacude violentamente su propia identidad, es una imagen de lo que cae y de lo que se opone rotundamente a la existencia, al yo, a la vida. Eso, es lo abyecto.

Y es que, como bien supo decir Jan Sauked en una de sus series de fotografías, lo bello es representable con Amor, vida, muerte y otras cosas sin importancia.
Posiblemente lo abyecto sea uno de los temas más recurrentes en el arte y no sólo en el arte, sino en la historia ya que la historia está hecha de muerte, dolor, amor y vida.

En 1961 se publicaba en Cahiers du Cinéma uno de los artículos más famosos de la historia, que de mano de Jacques Rivette y en forma de crítica, hablaba precisamente de lo que estamos sacando a estrado hoy. Rivette criticaba duramente la obra de Pontecorvo: Kapò. Y es que al cineasta francés le pareció bochornoso hacer estética del exterminio de los campos de concentración, y exclamaba, en su momento una máxima aplicable al mundo contemporáneo y saturado de hoy en día: “El horror formará parte del paisaje mental del hombre moderno”. A Rivette no creo que le gustara ver como su premonición se había cumplido con toda la espectacularización que se formó, precisamente, con lo que él había criticado en su momento. Y no sólo con eso, sino que también se hizo con las grandes guerras, la guerra de Vietnam, el ku klux klan… y por supuesto con los abusos sexuales, las vísceras, el sexo y la sangre. Y es que el director vivió en pleno proceso de silencio adorniano, donde se crearon obras tan exquisitas como la famosa Nuit et Bruillard de Resnais, en la que, ni que decir tiene, no se hizo ningún travelling inmoral (haciendo referencia a la frase de Godard).


A día de hoy ya casi no queda nada que abordemos desde el temor y el estremecimiento, bienvenidos seamos a la era de la pornografía y de la intimidad como espectáculo.

La visión del suicidio estético que se ve al final de Kapò hoy en día nos puede parecer una broma macabra al lado del círculo de la mierda en Saló (o los 120 días de Sodoma), esa obra maestra de  Pasolini que causó y sigue causando tanta controversia y ¿por qué no? Náusea de lo que está podrido y en descomposición.

Hemos presenciado, algo que ya aventuraba en críticas anteriores, y es que en la contemporaneidad, poco de lo que aparece en pantalla nos asusta. Podría citar autores como Burke para hablar de lo sublime como estética de lo terrible, que se basa en la abyección en su principio más básico. Pero desde luego un indiscutible sería Noel Carroll que trata el terror arte desde los monstruos primigenios del cine en su obra Filosofía del Terror o Paradojas del Corazón y que se centra en el cine de terror, para hablarnos de estéticas que en principio pueden ser rechazadas, pero que al fin y al cabo esconden eso, estética.


En la actualidad, directores como Park Chan-Wook en películas tan épicas como OldBoy o Stoker nos hace ver lo sublime que puede ser la venganza y el dolor. Impactantes imágenes visuales que nos hacen saborear el mismísimo infierno, y disfrutarlo, alejándonos del yo. Alejarnos del yo fue lo que hizo también Gaspar Noé en Irreversible revolviendo nuestro estómago con la violencia explícita sin tapujos ni miramientos, un film confuso que bebe de la fuente del Dogma, de dónde salieron Lars Von Trier o Thomas Vinterberg, y hablando de éste último, hablar también de Festen del año 98 con el liet motive de los abusos sexuales como bajo continuo. Muchas otras se quedan en el tintero, y posiblemente lo propio sería analizarlas a fondo una por una, se lo merecen.




Como dice Andrés Serrano el sexo y la muerte son principio y fin de nuestra vida, lo curioso es que sean precisamente los tabúes que la sociedad asume como incómodos. Quizás Rivette llevaba razón en negarse a la espectacularización de los genocidios más grandes de nuestra historia, respeto. No deberíamos hablar de la abyección como espectáculo, pero sí deberíamos buscar en nuestro interior y hacer las paces con la ausencia de nuestro yo, no hablamos de hacer leña del árbol caído hablamos de la estética del horror, de lo sublime y de lo más profundo del ser humano, su doble abyecto. 

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