miércoles, 4 de enero de 2017

The Witch. Así, sí.


Nueva Inglaterra, año 1630, colonos cristianos. Así de primeras, a mí The Witch no me llamaba, posiblemente porque el cine que se inspira en brujas y cuentos populares no me tira mucho, pero me equivocaba, estrepitosamente. 

La película es una secuencia controlada y calculada, con suma paciencia, como quien descubre una teoría nueva, o piensa en una nueva consecuencia espacio temporal. Todo medido, con un tempo pausado y perturbador, sobre todo perturbador. Y es que Robert Eggers (al que no hay que quitar ojo de encima) sí ha sabido hacer cine de terror, y del de verdad, no del que se centra en dar con la fórmula secreta en postproducción sino del cine que te mantiene sin respirar, sin mirar, sin pensar en nada más, que al fin y al cabo es de lo que se trata. 

El terror es, muy probablemente, mi género predilecto y que con el tiempo ha caído en desgracia por el poco virtuosismo que se le dedica, y porque la sociedad contemporánea se asusta con muy poquito. Pero no es de sustos de lo que hablamos. El cine de terror, no es el susto concreto con el golpe de música justo. El cine de terror es una clave, es un color, es un respiración agitada. The Witch es todo eso y más. 

Robert Eggers nos regala momentos inexplicables en lo que el espectador se queda hipnotizado frente a la pantalla luchando por respirar en un ambiente tan sumamente enrarecido que traspasa la cuarta pared y acaricia tus mejillas. Además de todo esto (para que sirva únicamente de inciso), hemos descubierto a una magnífica actriz: Anya Taylor-Joy que interpreta el papel protagonista y lo hace de forma sublime.

Para terminar, quiero decir, que el director de The Witch nos devuelve iconografías clásicas de nuestra cultura (la occidental) les da una vuelta y las pervierte en clave satánica, de forma simple, pero a la vez trabajada. No hay más que ver  esa escena de la feminidad amamantando o la provocación al joven Caleb en el bosque. Casi casi recuerda a Munch, en sus formas, y parece haberse inspirado en su pesada pintura para crear un film que se ata a tus tobillos y arrastras bajo esa atmósfera atormentada. 




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